Nuestros cuerpos se mueven al ritmo del piano y los violines, de un lado a otros como hojas al viento, con movimientos suaves y libres, una libertad que ni tú ni yo podremos jamás alcanzar.
De manera persuasiva nuestro subconsciente nos seduce, retando a la consciencia a duelo, bailando suave, bailando por última vez.
Los fantasmas del pasado suspiran con cada paso, gritan con cada vuelta, se estremecen con cada respiro, esperando con ansias que uno de los dos caiga en la trampa.
Nuestros ojos son como dos imanes que no logran despegarse, escudriñando todo punto débil, listos para atacar sin pensarlo, devorar la presa sin piedad.
¿Acaso habremos hecho un pacto maldito por el cual no podemos separarnos y por el cual no podemos estar juntos?
La música cesa y nuestros corazones se aceleran, nos miramos sabiendo que debíamos partir. Dos besos, uno para cada mejilla, una mirada perdida y un adiós que sabía a mentiras.
Aun conservo ese baile, esa mirada cálida, esos cabellos alborotados que descansaban en tus ojos marrones claros llenos de vida. Aun recuerdo ese adiós tan frio, esos ojos inexpresivos, esos besos de compromiso. Y de repente, no siento nada.
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